Perfección
Por Pablo Calvo (@MenteEnBlancoRM)
El tío del caballo se parece a Granero, ¿que no? |
Al acabar su baile, Nina le dice a su mentor que lo ha sentido, ha sentido la perfección. Que fue perfecta.
Esta frase de El Cisne Negro es el punto cúlmine de una película que describe particularmente la obsesión de alcanzar nuestro máximo rendimiento y sacar lo mejor de cada uno. Relata la historia del Real Madrid, club que, a lo largo de su centenaria y gloriosa existencia, siempre persigue la excelencia, la perfección absoluta. Sin excusas ni remordimientos. Tiene un objetivo y nunca busca otro.
El partido del último sábado contra los comarqueños ha marcado las diferencias de una afición y la otra, algo que trasciende también al aspecto institucional. Los aficionados del Bernabéu se retiraron del estadio con una sensación de amargura según la canallesca, pero en realidad el sentimiento que cruzaba por sus cabezas no era más que la furia que reverberaba en sus ojos, esa furia de no haber dejado escapar la total perfección. Porque el madridismo no exige otra cosa que ser perfectos y la conquista máxima. Somos los romanos de la historia del fútbol. Mientras otros van a Canaletas a festejar una por el momento estéril victoria contra los máximos rivales y lo festejan como un título, el César prepara la próxima conquista. No se detiene en los pormenores de celebrar una victoria a medias: está en permanente búsqueda de la próxima víctima que sucumbirá ante sus aguerridas falanges. Podríamos decir que, mientras nosotros nos identificamos con Roma, el Barcelona es la Grecia del planeta fútbol: allí, enclaustradros en sus ciudades estado, filosofando y reinventando tradiciones, incluso teniendo sexo anal entre ellos si hace falta. Su poca ambición y exaltadas celebraciones de sucesos intranscendentes terminará, finalmente, por cavar su propia tumba. La mediocridad marcó el crepúsculo de las más grandes civilizaciones. La falta de ambición es lo que marcó la cronología de los blaugranas.
El club de Chamartín nunca destacó por su fútbol excelso, no nos engañemos. Hemos disfrutado de los mejores jugadores del mundo, eso es verdad, pero nunca nos atrevimos a proclamarnos poseedores del balompié porque entendemos que cada uno lo juega como quiere y puede. Esa es la magia del deporte rey. Es verdad que el Real Madrid de Di Stefano estaba a la vanguardia en su época y la razón por la que se han logrado tantos títulos. Pero históricamente el Real Madrid fue un equipo que se construyó desde las bases del pundonor, el estoicismo y la casta. La furia, al fin y al cabo. Los Real Madrid de los 80 y 90 funcionaba bajo esa premisa. Eran gladiadores en el campo. Sabian que sólo la victoria los podía liberar y la derrota los condenaba al castigo más terrible: el olvido. Hierro, Juanito, Camacho, Sanchis, Hugo Sanchez, Redondo y tantos otros que portaron la camiseta blanca. Muchos de ellos no eran peloteros excelsos. Muchos ni siquiera eran buenos. Pero en este deporte, la ambición es más importante que la calidad técnica. En el fragor de la batalla, la pasión derrota a tu rival, no tu técnica. Es una batalla de voluntades y sólo el que albergue un fuego inextingible en el corazón se impondrá con la victoria. Ese es el espíritu de Juanito. El luchar hasta el final. Combatir incluso cuando el cuerpo dice basta. Mientras el alma no se rinda, el guerrero seguirá cobrándose victimas. Os aseguro, madridistas, que no hay terror mayor en el enemigo que enfrentar a un combatiente que no baja los brazos jamás: la batalla psicológica está ganada. Y quien domina la mente del otro, habrá ganado la guerra.
No obstante, no seamos ingenuos. La realidad es que hemos perdido una batalla importante. El choque en el Santiago Bernabéu podría haber significado un golpe de autoridad total, pero verdaderamente era algo que necesita más el equipo de los hobbits que nosotros. Seguimos, por tanto, por delante en esta guerra. Las tropas romanas no se detienen a celebrar una victoria menor. El César siempre quiere más. Quiere la perfección, quiere el todo. Todo o nada, victoria sin paliativos ni prisioneros. Quiere las guerras, no las batallas. Si hace falta perder 40 batallas para ganar una guerra, lo acepta sin dudarlo un instante. En junio veremos quien ha ganado la Liga. Si el Real Madrid es campeón, recordaré en mis adentros desde la Cibeles la mediocridad culé en Canaletas, en pleno diciembre, festejando lo que festejan siempre: ganarnos una batalla. Si no nos alzamos victoriosos, no pasa nada. No me dentendré a llorar: hay una nueva invasión a planear el año que viene, en la cual volveremos a buscar la manera de alcanzar la tan ansiada perfección. Porque el que persiga la perfección es el que llegará más cerca a ella.
Además, ya sabemos que Roma terminó por colonizar a Grecia. Sólo es cuestión de tiempo, madridistas. ¡Ave César!
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